Durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX se forjó en Europa el mito de la conspiración judeo-masónica-comunista, cuyo objetivo era el dominio del mundo. Rápidamente se extendió por todo el continente, incluida España, convirtiéndose en una verdad aceptada universalmente para los sectores sociales vinculados con la derecha y la extrema derecha. En 1932, los carlistas, mediante la publicación de un folleto, acusaron a sus antiguos aliados, los nacionalistas vascos, de estar implicados en esa conspiración. Para defenderse de esta grave acusación, que podía debilitar su base electoral, el Partido Nacionalista Vasco (PNV) recurrió a la jerarquía eclesiástica católica, buscando que desautorizara a sus rivales políticos. Sin embargo, no obtuvo una respuesta positiva, zanjándose el asunto con una derrota de los nacionalistas vascos.